
—Me ves, ahora sí me ves —me ha dicho con voz queda, mientras sorprendida y avergonzada a partes iguales bajaba la vista hasta los dedos de mi mano atrapados por la suya—, ¿qué han sido? ¿Ocho meses? Ocho meses desde que entré a trabajar aquí y por fin te das cuenta…
Aún resonaba en mis oídos el eco de aquel portazo, cuando de repente fui consciente de que el gesto de solidaridad de mi compañero venía acompañado de una repetida y tímida caricia de su pulgar por la palma de mi mano.
Tras obtener la respuesta que buscaba en sus ojos, oculté mi rostro tras capas de cabello, mientras permanecía sentada temerosa de perder el control de mis emociones. No retiré la mano, se sentía demasiado bien bajo la suya más grande, un ancla en aquella tormenta de sentimientos que luchaba por retener tras los nuevos muros construidos hace pocas semanas. Una batalla por la supremacía entre la ira, la rabia, la perplejidad, el orgullo herido, la tristeza, la rendición y la soledad se libraba en mi interior y no sabía quién saldría vencedor, ni las consecuencias que ello acarrearía.
—No hace falta que digas nada, Annie, en este momento no importa…
Y entonces ocurrió: el dique se rompió y no pude hacer nada para evitar la avalancha de lágrimas que cegó mis ojos, pero no mi conciencia.
—¡Joder! —Liberé mi mano y rebusqué indignada los pañuelos de papel que suelo llevar en el bolso, para limpiar cuanto antes esa muestra pública de debilidad.
No necesito esto. Ahora, no. Ahora me siento incapaz de gestionar los sentimientos de mi compañero. ¿Qué problema tiene el destino conmigo? ¿Qué empeño es ese de golpear, una, dos, tres veces en ese órgano estúpido carente de juicio?
Estaba tan convencida de haber guardado en la cúspide del Everest mi corazón, que no me molesté en mirar a quienes intentaban escalar por la montaña para alzarse con el premio. Ignorantes, desconocen que tendrán que despertar mi deseo de quedarme en tierra, sin encadenarme a demandas que hieren ni sufrir ausencias tras consabidas palabras de amor.
Ahora solo quiero volar sobre hermosas ciudades, verdes bosques y masas de agua cristalina, bañarme en la luz de los rayos de sol cada mañana, y observar desde una distancia segura la vida de las personas pasar.
Ahora es mi tiempo de soltar, olvidar y volar.